Las Humanidades en la era digital
En la segunda mitad del siglo XVI, Lodewijk Elsevier fundó en la ciudad de Leiden un pequeño negocio de impresión y venta de libros y folletos que, con el paso del tiempo, se convirtió en una de las imprentas flamencas más importantes de la época, cuyo sello forma parte de la historia del patrimonio documental europeo, en una época en la que las obras científicas se escribían en latín, la lengua que utilizaban los físicos, matemáticos y astrónomos, pero también los humanistas. Tres siglos más tarde, la fama de aquel editor sirvió como marca de una nueva editorial nacida en 1880 para afrontar el floreciente negocio de la edición de revistas y periódicos científicos. Sus fundadores, que no tenían parentesco alguno con aquel impresor flamenco, supieron aprovechar su fama apropiándose del apellido y, por extensión, del prestigio que éste despertaba en los círculos intelectuales del Ámsterdam del siglo XIX. Desde entonces hasta ahora, Elsevier es un excelente ejemplo de lo que ha supuesto la adaptación del modelo de negocio de las mejores editoriales científicas a los sucesivos cambios que ha experimentado un mundo que, después de la II Guerra Mundial, ha conocido importantes transformaciones.
Nadie puede dudar que el desarrollo tecnológico que hemos experimentado en los treinta últimos años ha convertido aquellas «nuevas tecnologías» de las que oíamos hablar en los años 80 en parte de nuestra vida cotidiana, hasta el extremo de que nuestras sociedades y economías se han visto sacudidas por el desarrollo de lo digital a un ritmo tal que muchas empresas y algunos sectores económicos no han sido capaces de evolucionar con la suficiente velocidad como para poder adaptarse a los nuevos tiempos. Nuestras universidades, que ya existían muchos siglos antes del desarrollo de la imprenta, también han ido evolucionando con el paso de los siglos, por lo general a rebufo de los cambios sociales y económicos, y muy raras veces con el liderazgo que cabría esperar de ellas. Nacidas como asociaciones medievales de profesores y estudiantes, las universidades han ido evolucionando con los cambios impuestos por el Renacimiento, la Ilustración, la industrialización y nuestra posmodernidad líquida, que diría Bauman, hasta el punto que de aquellas asociaciones de profesores y estudiantes ya no queda ni el recuerdo.
Se suele repetir a menudo que las Humanidades están en crisis, pero los humanistas sabemos bien que ese estado de crisis, incluso de agonía en el sentido más clásico del término, forma parte de la propia esencia de lo que es un humanista. Y si algunos entienden por crisis —un cambio profundo de cualquier situación—, como sinónimo de retroceso, ya les advierto que las Humanidades no solo no están en decadencia, sino que gozan de un envidiable estado de salud, que, como ha sucedido siempre, le permitirá sortear cualquier coyuntura desfavorable. Desde el Renacimiento hasta la actualidad, los humanistas hemos ido adaptando nuestras estrategias para acercarnos al conocimiento de nuestro mundo, e incluso hemos modificado nuestros medios para difundir nuestras investigaciones. Y en un cambio de tiempo como el actual, cuyo calado es mucho mayor que el de un mero tiempo de cambios, los humanistas estamos evolucionando hacia nuevas fronteras que algunos, con cierto carácter oportunista, han bautizado como Humanidades Digitales.
Los humanistas digitales serán quienes, en los próximos años, lideren el proceso que permitirá la evolución de nuestras disciplinas a nuevos entornos del conocimiento, en los que la digitalización, la gestión de los datos, la edición electrónica y los entornos virtuales, convivirán con el estudio de la historia, la filosofía o la filología. Y para ello se hace necesario que nuestras universidades, aunque solo sea por una vez, lideren este proceso a través de la formación de las futuras generaciones de humanistas que, nacidos en un entorno muy diferente del que conocimos quienes estudiamos en la universidad el siglo pasado, tengan el reto de tomar nuestro relevo. No es casualidad que la ULPGC, hace ahora cinco años, viera nacer el Instituto Universitario de Análisis y Aplicaciones Textuales (IATEXT) como un espacio de trabajo interdisciplinar entre informáticos, filólogos e historiadores, unidos en torno a un ambicioso proyecto que permita el avance en la investigación básica en torno a los textos (desde la perspectiva computacional, lingüística, filológica, histórica), pero también la innovación y la transferencia social, a través del desarrollo de aplicaciones dirigidas al ámbito educativo, profesional o cultural.
Ningún tiempo pasado fue mejor, sino solo distinto. Y del mismo modo que algunos impresores que surgieron con la revolución de la imprenta evolucionaron a las editoriales de la era industrial, los grandes grupos editoriales actuales, como Elsevier, afrontan desde hace años el reto de la transformación digital, que modificará el modelo de negocio tradicional con la irrupción de las políticas de acceso abierto en los contenidos derivados de la investigación científica financiada con fondos públicos. En un tiempo como el actual, en el que nuestros colegas de las áreas de Ciencias son incapaces de expresarse con fluidez en la lengua de Cicerón, quienes nos consideramos humanistas nos esforzamos por ampliar el campo de nuestras disciplinas a nuevos lenguajes y entornos. Hoy somos humanistas digitales, mañana simplemente seguiremos siendo humanistas.
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Manuel Ramírez Sánchez es Profesor Titular de Ciencias y Técnicas Historiográficas de la ULPGC. Ha sido director del Instituto Universitario de Análisis y Aplicaciones Textuales (IATEXT) entre 2014 y 2018.